viernes, 5 de marzo de 2010

No se trata de encontrar respuestas... se trata de tener preguntas...

Acá estoy, después de bastante tiempo, demasiado para esta colección de palabras. Pero bueno, hagamos de cuenta que estuve de viaje, y recién ahora tengo la oportunidad de escribir una nueva carta a los amigos...
Es otro año... otro comienzo. Así es la vida... ciclos...


Resulta que a lo largo de esta vida mía estudié ciencias. Particularmente, estudié química, sí... ese cuco que en la escuela secundaria se aprende de memoria y de mala gana, como para eximirse y pasar de año. Bueno, en mi caso no fue tan así, de a poco fui tomándole el gusto, y la ciencia y mi curiosidad fueron más o menos por los mismos andurriales.
La parte infrecuente de mi tránsito por la química, tuvo que ver con ciertas cuestiones que podríamos llamar “morales”... “éticas”... “conceptuales”... En realidad podríamos ponerles muchos nombres, clasificarlas social y científicamente, pero para mí fueron solamente inquietudes respecto de la razón de ser de las ciencias, dudas sobre el para qué y para quiénes uno elige preguntas y ensaya respuestas... sobre el por qué el mundo “debe” ser entendido, disecado, reglado, antes que “vivido”.
Mi torpe pregunta de cabecera fue: “¿De qué sirve estudiar la influencia del arseniuro de galio en la pituitaria de la gallina enana de Madagascar, simplemente porque lo paga una multinacional, si más de la mitad de la población de mi provincia no tiene agua potable?”. Siempre fui un poco insensato.


Paralelamente, empezó mi afición literaria, y desde ese lugar descubrí a Ernesto Sábato, a partir de su tremenda “Sobre héroes y tumbas”.
Pero otras cosas diferentes a las literarias me acercaron más a Sábato. El es físico, y por lo que se, uno muy bueno. Pero su compromiso fue con el hombre, no con el conocimiento. Y en eso lo admiro.
¿Cuántas veces me hice preguntas sobre el verdadero motivo de la búsqueda del conocimiento?...


En la “Justificación” del libro “Hombres y engranajes”, que hoy traigo a esta mesa, Sábato escribe:
“La existencia... se me aparecía como un insensato, gigantesco y gelatinoso laberinto”... “De ese modo, retorne a ese universo no carnal, a ese especie de refugio de alta montaña al que no llegan los ruidos de los hombres y sus confusas contiendas. Durante algunos años estudié, con frenesí, casi con furor, las cosas abstractas, me di inyecciones de transparente opio, viví en el paraíso artificial de los objetos ideales.”
“Pero cuando levantaba la cabeza de los logaritmos y sinusoides, encontraba el rostro de los hombres.”
“Me da risa y asco contra mí mismo cuando me recuerdo entre electrómetros, soportando todavía la estrechez espiritual y la vanidad de aquellos cientistas, vanidad tanto más despreciable porque se revestía siempre de frases sobre la Humanidad, el Progreso y otros fetiches abstractos por el estilo; mientras se aproximaba la guerra, en la que esa Ciencia, que según esos señores había venido para liberar al hombre de todos sus males físicos y metafísicos, iba a ser el instrumento de la matanza mecanizada.”
Y en la “Introducción”: “El siglo XX esperaba agazapado como un asaltante nocturno a una pareja de enamorados un poco cursis. Esperaba con sus carnicerías mecanizadas, el asesinato en masa de los judíos, la quiebra del sistema parlamentario, el fin del liberalismo económico, la desesperanza y el miedo. En cuanto a la Ciencia, que iba a dar solución a todos los problemas del cielo y de la tierra, había servido para facilitar la concentración estatal y mientras por un lado la crisis epistemológica atenuaba su arrogancia, por el otro se mostraba el servicio de la destrucción y de la muerte. Y así aprendimos brutalmente una verdad que debíamos haber previsto, dada la esencia amoral del conocimiento científico: en la ciencia no es por sí misma garantía de nada, porque a sus realizaciones les son ajenas las preocupaciones éticas.”
Cuenta ahí cosas de su vida en 1938; y así, sin más, me trajo las razones de mi duda fundamental. Y ese libro se volvió una referencia obligada para mí.


No he sido docente, al menos no formalmente, pero les aseguro que si alguna vez asumo esa responsabilidad, el libro “Hombres y engranajes” estará junto al manual de Química General en la bibliografía recomendada.


El camino del conocimiento tiene dos posibilidades: el prestigio mezquino de los pares que deciden que el saber no tiene más razón de ser que el saber mismo, ajeno a toda cuestión que no sea epistemológica; o el dolor cotidiano de saber y no poder, de entender y pelear, de buscar y que te impidan encontrar...


Así que, amigo mío que estudiás ciencias, no reniegues de tu naturaleza de hombre-actor-pensador-manipulador de realidad, nunca te olvides de las consecuencias que trae el conocimiento, ni de las que tendrán tus decisiones en la búsqueda del mismo.

Este libro es un buen recordatorio, no te lo pierdas; quizás, como a mí, te ayude a no perderte a vos mismo en medio de una integral múltiple...