lunes, 22 de septiembre de 2014

Ojos de cristal sin tiempo.



He vuelto, como vuelven las almas a los lugares donde fueron felices, en esos días en que nos puede la melancolía.
En estos años, anduve más o menos como siempre por el mundo. Lector, escritor (he publicado mi primer libro), opinador compulsivo, crítico y a veces absurdo, feliz de a ratos. En fin, he seguido siendo un argentino de mediana edad, promediadamente culto, desordenadamente curioso, metódicamente observador. Aprendiz callado y vocacional de los muchos matices de la vida.
Entre esos aprendizajes, emprendí un placer postergado en mi temprana adolescencia: LA FOTOGRAFÍA.
Durante toda mi vida fue una disciplina que no estuvo a mi alcance más que como ocasionales talleres, con equipo prestado y con muy poco dinero para revelar e imprimir negativos, así que sólo pude aprender los rudimentos, que me quedaron grabados en un rinconcito de la memoria, esa cabeza mía que quiere ser un poco artista. Hoy la suerte, el destino, o el camino, me han puesto a mano la posibilidad tantas veces añorada. Así que me compré un equipo más o menos completo, hice un curso básico para que me abran las ventanitas del oficio y, como hago siempre, por agradecida formación, acudí a los libros.
Y cómo suelen ser de curiosas las cosas, no fue en un libro de imágenes, de maravillosas fotos de magníficos artistas,  que encontré una de las puertas más sorprendentes para salir a mirar la inmensidad de este arte. No.
Fue en un libro sobre el lenguaje, un libro de semiólogo, un libro de ensayo y pensamiento, un libro de filosofía.
Porque todo eso es el libro que hoy les traigo a la mesa para su deleite: “La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía” de Roland Barthès.
“Este libro defraudará a los fotógrafos”, supo decir el propio autor. Contra lo que puede pensar cualquiera que no acostumbre leer ensayos y pensamiento sistemático, este libro es de lectura deliciosa y comprometida, y sumamente enriquecedor más allá de su aparente núcleo centrado en la fotografía como elemento de análisis.
A partir de este texto, no solamente entendí de otra manera este arte maravilloso. Entendí su profundidad significante, comprendí que es un artilugio técnico que descubrimos para testimoniar la muerte, la fragilidad del instante, las traiciones de la memoria, las mentiras de la mirada, la multiplicidad del hecho artístico y del testimonio.
Y aprendí también que no importa cuánto nos esforcemos por la sinceridad de nuestras percepciones, somos imperfectos, limitados, imaginativos, faltos de rigor. Y que tenemos que congraciarnos con esa, nuestra naturaleza, para finalmente “percibir”, en el sentido cabal del término. Para llegar a eso de sentir y aprehender lo que está, lo que es, ahí junto a nosotros.
Es encantador el oficio de Barthès para dibujarnos una hoja de ruta por sus pensamientos. Él mismo define este texto como atípico en su producción, es una especie de testamento de su mirada, y de algunos de sus fantasmas.
A través de conceptos semiológicos (la fotografía, a fin de cuentas, es un lenguaje), que hablan de la dificultad de decodificar la disciplina, y del análisis de algunas imágenes que lo conmovieron de una u otra manera, nos construye amigablemente un marco teórico práctico para mirar profundamente una imagen impresa. Y lo hace precisamente desde su propia conmoción, lo cual nos acerca al hombre que reflexiona, nos prioriza como lectores, y nos libra del intimidante “pensador que piensa cosas que escapan al hombre común”.

Y después de la lectura, entenderemos, como se entienden las cosas importantes (con una sonrisa y una luz diferente en la cabeza y en el alma), quién es quién y qué es qué en una foto. Y nos amigaremos con el “Operator”, el “Studium”, el “Punctum”, y con este que somos en casi todas las cosas que van ocurriendo: el “Observador”. Y ahora, las fotos de esas sonrisas que dejamos atrás, tendrán otro sentido. No se lo pierdan; porque para el lector, es verdad inapelable que la poesía está en los lugares más insospechados. Y a su modo, en este texto, Roland Barthès es un poeta maravilloso.


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