viernes, 17 de octubre de 2014

No todos podemos ser Bond, James Bond…




Este es una especie de humilde homenaje de un lector apasionado que intenta no ser prejuicioso.
La segunda mitad del siglo XX, nos dio un mundo bipolar, misterioso y crecientemente violento. En ese marco floreció una literatura muy particular, muy consumida, muy “stablishment”: los libros de espías.
Desde el “british dandy” que da título a este artículo, hijo de Ian Fleming, hasta el asesino hiperprofesional y amnésico que quedará para siempre en nuestras memorias de devoradores de aventuras con el nombre de Jason Bourne y la cara de Matt Damon (pero que no muchos saben que es criatura dilecta de Robert Ludlum, otro maestro fundacional del género), pasando por los Jack Ryan, los Dirk Pitt, y tantos otros nombres de una única historia, estos personajes han poblado una mitología que quizás poco tenga que ver con la realidad, o peor aún, que describe una realidad que es entre fantástica y terrible, un mundo paralelo que nos es ajeno. Y que sin dudas preferimos que siga siéndolo, porque de seguro es más áspero, menos romántico y mucho más cruel de lo que se nos muestra.
Gracias a estos personajes y estos autores, cuyos orígenes personales quizás poco tengan de misteriosos, pero que muchos lectores imaginamos cercanos o directamente parte de ese mundo oculto, violento, múltiple y secreto como matrioshkas sangrientas, muchos supimos de la existencia de la “Cheka”, del “KGB”, de la “Compañía”, del “Mossad”, de los “MI”. Muchos recorrimos lugares imprecisos y fascinantes, viajando desde Langley (Virginia), hasta la Lubianka en Siberia, pasando por La Valetta, o El Cairo, o Praga, o Sudán, o Liberia, o Hong Kong, o Río, o Buenos Aires… porque a la sombra de cada rincón del mundo crecieron estos personajes. O quizás ellos son esa sombra.

Hoy traigo uno de estos autores, que conocí gracias a un amigo librero (de ésos que atrás de un mostrador de librería conocen las esquinas curiosas de cada barrio editorial), cuando me acercó dos novelas típicas del género. Fueron escritas a principio de los 80 por A. J. Quinnell (un periodista británico llamado Phillip Nicholson, fallecido, curiosamente, en Malta, rincón mítico si lo hay en el Mediterráneo, ese lugar desde donde los más temibles guerreros cristianos, los Caballeros de Malta, hicieron la guerra y les mostraron algún andurrial del infierno al moro. O donde ha nacido el maravilloso Corto Maltés, de quien ya hablaré).
Y a mi mesa de luz llegaron Hombre el Llamas (Man in fire) y Falso profeta (The Mahdi). Dos historias típicas del género, pero que tienen una particularidad: en ellas no hay héroes. En “Hombre el llamas” (si, la que da andamiaje a la película de Denzel Washington y Dakota Fanning) el personaje es menos amable incluso que el Creasey de Denzel. Es en realidad, entre otras cosas, un soldado de la Legión Extranjera Francesa, una especie de traidor, un mercenario sin bandera ni moral, un profesional de la muerte por costumbre y por dinero, desmoronado, brutal y preciso como un reloj suizo. Nada más. Nada menos. Un hombre cuyo único contacto con el amor, es matar por venganza, ejercer una torcida justicia que se mueve por esos caminos ajenos a la ley que rigen este mundo paralelo. El amor verdadero, que también se cuenta (eran los 80, había que fabricar esperanza) es apenas decorativo.
En la otra, en “Falso profeta”, hay una idea descabellada, un enorme desprecio por la naturaleza humana, y una serie de personajes que no son héroes. Son estafadores profesionales, con armas y lealtades por elección. Capaces de matar si conviene, y morir si no hay más remedio. Y a diferencia del legionario Creasey, para éstos, el amor también es una herramienta para manipular la realidad y romper hombres y mujeres. Esos hombres, escriben la Historia.
Por todo esto me gustaron las dos novelas de Quinnell, y me dio por compartirlas con ustedes. Porque es reivindicar una literatura que se conoció como eminentemente comercial, para vender masivamente como libros de bolsillo, aún en traducciones mediocres, pero que a la luz de los años, también tiene algo de testimonio histórico, de una forma menor de la crónica (recordemos, Quinnell es en realidad el periodista Nicholson).
Aún cuando no sean consumidores de estos “best seller” de viaje o de bolsillo, les recomiendo “Hombre en llamas” y “Falso profeta”, porque no solo son fáciles de leer, son también difíciles de digerir, que en un libro de aventuras, no es poca cosa. Bien por Nicholson, que en paz descanse al fresco milenario del viento del Mediterráneo.

2 comentarios:

  1. Lei las dos que recomendas mas "Instantanea" cuando era muy chico en las adaptaciones que hizo Ferrari para editorial Columba,con dibujos de Risso y Saichann, aun colecciono comics y con el tiempo me di maña para conseguir tambien los libros y debo reconocer que,ya de grande,los disfrute muchisimo. El mejor me parecio "Hombre en LLamas" por los personajes y la cantidad de datos reales sobre la Legion sumado a mil detalles que tiene la historia, aunque los otros libros no se quedan para nada atras. Me gusto tambien tu analisis y coincido totalmente con el.

    ResponderEliminar
  2. Gracias por compartir mi diario de viaje amigo "mercenario de bibliofilia". Y coincido con que "Hombre en llamas" es la más desarrollada. Y aunque no escapan al molde del género son muy disfrutables. Bien por Quinnell...

    ResponderEliminar